Luisa Ignacia Roldán Villavicencio
(Sevilla, 1.652 – Madrid, 1.706), escultora del Barroco, conocida popularmente
como “La Roldana”.
La cuarta de nueve hermanos, se formó
bajo la influencia de su padre, el insigne escultor Pedro Roldán, en cuyo taller
en la collación de Santa Marina de Sevilla trabajó hasta su matrimonio.
El taller de su padre alcanzó gran
prestigio y le llegaban numerosos encargos, por lo que no es de extrañar que
sus hijas mayores colaboraran desde muy jóvenes. Se sabe que Francisca se
dedicaba a la policromía y que María y Luisa se inclinó más hacia la escultura.
Los trabajos aumentaban y la economía
familiar permitió a su padre montar un nuevo taller más amplio, donde
trabajaban numerosos operarios, además de sus tres hijas. Luisa destacó
rápidamente sobre sus otras dos hermanas, demostrando un talento natural para
la imaginería, y es muy probable que ayudara directamente en las esculturas que
realizaba su padre.
Luisa se había prometido en matrimonio
con Luis Antonio Navarro de los Arcos, aprendiz del escultor Andrés Cansino.
Sin embargo, su padre se opuso a esta relación sin que se conozcan los motivos.
Debido a la canonización de San Fernando, que tuvo lugar en Sevilla en el año
1.671, Pedro Roldán recibió diversos encargos para la decoración de la Catedral
de Sevilla; es posible que Luisa aprovechara esta ocasión, en que su padre
estaba muy ocupado, para ponerse de acuerdo con Luis Antonio y decidieran
casarse sin el consentimiento paterno.
El 17 de diciembre de 1.671, Luis Antonio,
a través de un procurador, hizo petición, ante el Juez de la Iglesia, de querer
contraer matrimonio con Luisa Ignacia Roldán, “con la que había tratado de
requiebro durante dos años, dándose palabra de casamiento el uno al otro, y
deseando que su matrimonio fuera según orden de nuestra Santa Iglesia”.
Solicitó que un alguacil del arzobispado fuera en busca de Luisa y llevada ante
el juez para que declarara si había dado palabra de casamiento.
Varios testigos afirmaron estar presentes
cuando se dieron ambos la palabra de matrimonio en la noche del 15 de
diciembre. Sin embargo, Pedro Roldán no dio su consentimiento a pesar de
habérselo pedido encarecidamente Luis Antonio.
Ese mismo día, 17 de diciembre, fue el
alguacil Juan Nieto a buscar a Luisa Roldán para llevarla ante el juez. Después
de su declaración, en la que entre otras cosas dijo que nunca había estado
casada, que era moza doncella, que no era pariente de Luis Antonio, que no
tenía hecho voto de castidad y que a pesar de haber dado palabra de casamiento
a Luis Antonio, no la podía cumplir por la negativa de su padre a este
matrimonio.
Realizada esta declaración, el juez
ordenó que se llevara a la joven a casa del dorador Lorenzo de Ávila, “para
tenerla en su poder con la guarda y custodia necesaria y que no la entregara a
persona alguna sin licencia y mandamiento judicial”. Finalmente el matrimonio se celebró el
día 25 de diciembre de 1.671 en la iglesia de San Marcos, con numerosos
testigos, pero sin la presencia del padre de la novia. Luis Antonio y Luisa
tuvieron siete hijos, cuatro de los cuales fallecieron siendo niños.
En este primer periodo sevillano, “La
Roldana” debió hacer esculturas, que han quedado como anónimas, junto con la
ayuda de su marido, el cual seguramente se encargaría de su policromía y,
posiblemente, de incluir su firma en los contratos.
Transcurrido el tiempo, las relaciones
con su padre debieron mejorar, ya que constan algunas colaboraciones entre
ellos. Las que destacan son los cuatro ángeles realizados por “La Roldana” para
el paso del Cristo de la Exaltación (Santa Catalina) y para esta misma
Hermandad las figuras de los dos ladrones que, aunque constan hechos por Luis
Antonio de los Arcos, por su estilo podrían atribuirse a Luisa Roldán.
En esa época era muy común el encargo de
Dolorosas para procesionar en la Semana Santa, por lo que parece normal que
Luisa Roldán realizara alguna, aunque no existe ningún documento que lo
acredite. Una de las más cercanas a su estilo es la Virgen de Regla, de la
Hermandad de “Los Panaderos”.
Para la Catedral de Sevilla, realizó el
Crucificado, de tamaño mayor que el natural, que preside el retablo de la
capilla de la Concepción Grande, obra de Francisco de Rivas con estatuas de
Alonso Martínez, discípulo de Martínez Montañés.
Otras obras atribuidas por algunos
autores a “La Roldana” es la Virgen de la Esperanza de la Macarena y la de la
Estrella, tradicionalmente atribuida esta última a Juan Martínez Montañés.
Luisa está alcanzando fama y empieza a
recibir encargos de otras ciudades. Hacia el año 1.685, marcha con su familia a
Cádiz, donde los regidores municipales le encargan unas buenas esculturas de
San Servando y San Germán, patronos de la ciudad. También hace algunas figuras
para la nueva Catedral.
Hacia finales de 1.688, siempre con su
familia, se traslada hasta Madrid en busca de reconocimiento oficial y de una
mejor situación económica, quedando bajo la protección de Cristóbal de Ontañón,
mecenas artístico y ayuda de cámara del rey Carlos II. En la capital del reino
solicita plaza de escultora real, presentando pequeños y deliciosos grupos
escultóricos. El nombramiento le es otorgado el 15 de octubre de 1.692, lo que
representó su prestigio oficial, pero no el económico
como esperaba “La Roldana”, pues los
trabajos que efectuaba estaban mal pagados e incluso tenía dificultades para
cobrarlos, ya que la situación general del reino era de mala administración y
corrupción.
En Madrid realiza la imagen de Santa
Clara para el convento de las Descalzas Reales, esculpiendo también, por encargo
del rey para el Monasterio del Escorial, su gran obra “El Arcángel San Miguel
con el diablo a sus pies”, que preside un altar de la iglesia del Real
Monasterio.
Su escultura fue, principalmente, de
temática religiosa, siguiendo las directrices del Concilio de Trento de
humanizar el arte de las imágenes, para colocar la religión más cercana al
pueblo.
Ocupó un lugar importante en su obra la
realización de “Belenes” o “Natividades”, en los que solía representar al grupo
de la Sagrada Familia rodeados por ángeles. Sus obras muestran rostros bellos
pero humanizados, llegándose a creer que eran retratos de personajes conocidos
por ella, familiares o amigos.