viernes, 3 de julio de 2015

Fray Luis de Sotelo


Luis Sotelo Cabrera, (Sevilla, 1.574 – Omura (Japón), 1.624), beato de la Iglesia Católica.
Luis Cabrera y Sotelo nació en el seno de una noble familia. Su hermano Diego Cabrera era Caballero Veinticuatro de Sevilla. Luis realizó sus estudios en la Universidad de Salamanca y tras tomar los hábitos marchó al Japón en misión evangelizadora.

Las relaciones entre España y Japón comenzaron por un interés comercial y con la intención de expandir la evangelización por parte de los jesuitas en aquel remoto territorio. El primero en llegar fue San Francisco Javier, mano derecha de San Ignacio de Loyola, el 15 de agosto de 1.549, llegando a alcanzar en 1.585 unos 150.000 conversos al catolicismo.

En 1.613 Sotelo convenció al “daimyo” (poderoso señor feudal) de la provincia de Oshu (actual Mutsu), llamado Masamune, para enviar una embajada a España. Esta misión estaba encabezada por el hombre de confianza del “daimyo”, el samurái Hasekura Tsunenaga, capitán de su guardia personal, junto con unas 200 personas, de las cuales 50 eran españoles, entre franciscanos y miembros de la tripulación del buque “San Francisco” que se había hundido cerca de Tokio, sumados al grupo de diplomáticos y comerciantes japoneses.

Lo que pretendían los japoneses era establecer relaciones diplomáticas con el Rey de España y suscribir los acuerdos necesarios para poder negociar y comerciar directamente con América y Europa a través de los puertos del Océano Pacífico en Nueva España (México), mientras que los franciscanos querían dividir el obispado en dos para poder acceder a uno de ellos. Para lograr ambos objetivos partieron rumbo a Madrid y Roma. El viaje comenzó con escala en Acapulco (México), donde la comitiva se dividió, partiendo hacia Cuba aquellos que llegarían a España.
A bordo del galeón “San Juan de la Lúa” llegaron a Sanlúcar de Barrameda (Cádiz) el 30 de septiembre de 1.614, donde el señor de la villa, el duque de Medina Sidonia, envió carrozas para recibir y honrar a los embajadores del Japón y su séquito, dispensándoles un caluroso recibimiento y alojamiento. El duque ordenó aparejar dos galeras para que los condujesen río arriba hasta Coria del Río (Sevilla), donde deberían esperar unos diez días hasta ser recibidos por las autoridades sevillanas.

Hasta Coria del Río, para dar la bienvenida a la embajada, se desplazaron desde Sevilla, don Diego de Cabrera, hermano del padre de fray Sotelo, y otros caballeros que besaron la mano del embajador y lo felicitaron por su llegada a salvo. El embajador quedó muy satisfecho, agradeciendo a la ciudad de Sevilla su generosidad y departió con los caballeros sevillanos, mostrando mucha prudencia en su trato.

Algunos japoneses del samurái Hasekura vieron en Coria del Río una especie de paraíso terrenal. Cautivados con el lugar y conocedores de la persecución del Cristianismo, recién decretado en su país, después de su partida, decidieron quedarse a vivir en Coria del Río para profesar su nueva religión sin peligro. Algunas mujeres de Coria del Río se casaron con estos católicos de ojos rasgados llegados del otro extremo del mundo. Por este motivo ya sabemos que en Coria del Río muchas personas llevan el apellido de Japón.

La embajada llegó a Sevilla el 23 de octubre de 1.614, enviándose inmediatamente las cartas de presentación al rey Felipe III, anunciando la llegada y las intenciones del viaje de los japoneses. En Sevilla los hombres de Hasekura realizaron un paseo ceremonial, vistiendo sus mejores galas para el asombro de los numerosos curiosos, siendo recibidos por las autoridades, a quienes obsequiaron con una carta y dos espada tradicionales: la katana y el wakizashi (hoy desaparecidas). La comitiva permaneció en la ciudad durante un mes, gastándose el Ayuntamiento 2.600 ducados en actos festivos en honor de los japoneses.

Cuando en 1.622 la misión regresó al puerto de Nagasaki, el samurái Hasekura fue inmediatamente encarcelado por orden del shogun (comandante en jefe del ejército) y Fray Luis de Sotelo, después de permanecer dos años en la cárcel, fue quemado vivo en compañía de otros dos franciscanos, un dominico y un jesuita. El Papa Pío XI lo beatificó en el año 1.867

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